viernes, 21 de septiembre de 2012

Aquella tormentosa y especial noche.

   Ambos caminaban bajo un paraguas escondiéndose del gran diluvio de aquella noche.
   Mantenían el silencio, que siempre fue amigo de Lindsey durante años, hasta que se convirtió en su enemigo cuando se trataba de congeniar con otra persona, pues siempre aparecía en los momentos más incómodos.
   Guardaban ciertas distancias el uno del otro, aunque ambos sujetaban el paraguas con sus manos, decidieron no mirarse, ni hablar, ni mostrar ningún gesto molesto, incómodo o de hacerse notar.
  Pero entonces, del sudor de sus manos, los dedos de Ray empezaron a resbalarse por el paraguas, rozando así, los nudillos de Lindsey.
  Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba acariciando sus manos, y Lindsey aparentó no importarle. Simplemente mostraba poco interés, mostraba en su actitud callada que no había notado el calor de la mano de Ray en sus dedos.
  Pero a pesar de aparentar aquella indiferencia, se sentía igual o incluso más nerviosa que Ray, pues su corazón le latía fugaz, sus gotas de sudor empezaron a caer por la frente y un cierto temblor se apoderó de sus brazos.
   Seguían caminando, y nada pasaba. Aquella noche era muy oscura y lluviosa. Húmeda, con olor a tierra mojada. Ese tipo de ambientes inspiraban a Lindsey a escribir sus relatos, pues le aportaban tranquilidad y paciencia. 
  Llegaron a una autopista sin paso a los peatones, aunque encontraron una casa cerca de la tierra donde había un gran paterre en el cuál se podían sentar.
  Y así fue.
   Lindsey aún temblorosa por los nervios, le dejó el paraguas a Ray mientras intentaba calmarse, moviendo así, sus manos en todo su cuerpo, frotando su camisa de terciopelo.
   Como cualquier persona, Ray creyó comprender que ella tenía frío, pues dejó el paraguas a un lado, se quitó su cazadora, y sin decir nada ni mostrar ningún gesto demasiado cantoso, puso su sudadera sobre Lindsey.
   Entonces fue ella quién pronunció las primeras palabras de la noche.
-¿No tienes frío?
  Ray prefirió no contestar, pues la respuesta era obvia. Estaban en medio de una autopista, a media noche, con un diluvio encima y el viento casi arrastrando su cuerpo. Pero aún así se sentía mejor consigo mismo prestándole su única fuente de calor a la persona que más amaba.
  Porque se amaban.
  El uno al otro.
  Pero no lo sabían..
  
  Pasado un pequeño rato, Lindsey decidió que era la hora de regresar. Esa paciente noche no había
ocurrido nada más allá de lo normal, pero aún así, tenía ganas de volver a su habitación y acostarse en su cama.
 Tan sólo se levantó del asiento, y Ray le siguió.
 Ya había dejado de llover, así que cerró el paraguas y lo llevó en una mano.
  Justo cuando se levantaron, sus cuerpos mojados chocaron y un fugaz rayo de emoción se apoderaba de sus corazones, dejando así sus mentes inmóviles. Tan sólo empezaron los latidos contra el pecho, que parecía que del cuerpo iba a salir cualquier monstruo palpitante, las piernas comenzaron a temblarles como si de paralíticos se trataran, y las miradas perdidas en los ojos del otro se quedaban clavadas en un mismo instante.
  Casi sin pensarlo, ambos se cogieron de las manos, y mientras Lindsey se mordía el labio inferior, Ray
abría la boca sin darse cuenta de que no podía cerrarla ni aunque quisiese.
  Fue él quien acercó sus manos hacia el rostro pálido de Lindsey, acariciando así sus mejillas coloradas, y apartándole el pelo que le cubría los ojos.
  Lindsey aún seguía quieta, con la mirada clavada en los labios de Ray, deseando acercarse a ellos para besarlos y que por fin se acabara toda la tensión acumulada de aquella noche.
  Ella simplemente acercó su cara a Ray, cuando fue él quien, sin dudarlo ni pensarlo, rozó sus labios contra los de Lindsey, abriendo y cerrando la boca de manera que fuese el típico beso apasionado de cualquier película romántica.
  Y así se quedaron eternos minutos, que para ellos fueron simples milisegundos que pasaban con tanta rapidez que parecían gotas de lluvia cayendo o chispas apareciendo y desapareciendo.
  Cuando el beso acabó, ambos abrieron sus ojos y sin arrepentirse de lo ocurrido, sonrieron. Ray empujó a Lindsey contra su pecho, haciendo así que ella se aferrase a él, que era lo que realmente llevaba haciendo estos últimos años.
  Tanto silencio entre los dos, tan sólo tres palabras pronunciadas, y en cambio, una gran fuente de sentimientos y nervios que se apoderaron de sus actos.
  Actos que cambiaron su vida, y no precisamente para mal.
  
  

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