miércoles, 7 de noviembre de 2012

El libro de la muerte.

   Israel se encontraba en medio del patio del instituto buscando desesperadamente a Ana. Le tenía que devolver un libro extraño que ella le había prestado unos días antes. Necesitaba dárselo cuanto antes, pues el libro no era de ella, sino de la librería que llevaba su padre, y lo había robado de una de las estanterías del escaparate.

   Aquel libro era muy extraño, pues era totalmente negro, no llevaba título, y todas sus páginas tenían un color naranja pálido y olían a polvo. Alguna de las esquinas estaban rotas o manchadas de grasa.
La historia de aquel libro era muy siniestra. No había un sentido completo. Cada capítulo parecía completamente paralelo al anterior y al siguiente. Los personajes, los lugares, las acciones... todo era diferente. Aunque cada episodio del libro tenía algo en común con los demás: siempre había una niña misteriosa mirando de reojo a los demás en alguna escena aleatoria, y uno de los personajes, normalmente el principal, acababa suicidándose. Pero carecía de importancia.

   Israel seguía sin encontrar a Ana, y cada vez faltaba menos para poder entrar a clase. Una niña desconocida se acercó a él, y sin más, levantó una mano y señaló el porche. Él pensando que aquella niña le dirigía a dónde estaba Ana, obedeció y se encaminó hasta la pequeña sala.
   Lo cierto es que Israel nunca había visto a esa niña por el instituto. Pero no tenía tiempo de pensar en eso, tenía demasiada prisa por encontrar a su amiga.
Llegó al porche y caminando lentamente, mientras movía la cabeza buscando alguna cara conocida, cayó bruscamente al suelo al resbalarse con una notita.

   -¡Joder!

   Se agachó y recogió esa notita para leerla con curiosidad. Decía:

   ''¿Qué haces aquí, Israel? ¿Qué haces que no me estás buscando? Necesito que me des el libro. Lo necesito. Mi padre se dará cuenta de que no está y me peleará. No preguntes por qué sabía que esta carta la encontrarías tú. Porque la respuesta te asustaría . Anda, lárgate de aquí y ve a la puerta de salida del centro, que te estoy esperando.
                                                      -Ana''.
   Israel se sentía muy confuso. Aquella nota le desesperaba. Aún así corrió hacia la salida para darle el maldito libro a Ana.
   Al cruzar el porche y llegar a la puerta, se dio cuenta de que todo estaba vacío. Ya no había gente en el centro. Las voces cesaron por completo y no quedaba rastro de nadie. Horrorizado, salió corriendo. A mitad del camino, se percató de que posiblemente ya habría tocado el timbre, él no se habría enterado y ya estarían todos en clase. Se tranquilizó. Caminó hacia su clase preocupado de no llegar tarde y se cruzó con una pared en medio del pasillo. Una pared que nunca antes había estado ahí.

   -¿Pero qué...? ¡¿Qué coño es esto?! ¡Juraría que ahí no había ninguna pared! ¡Oh, venga ya! ¡¡Que voy a llegar tarde a clase!!

   Israel se llevó las manos a la cabeza y se dio cuenta de algo: una enorme herida en su frente. No paraba de sangrar.
   Ni siquiera le dolía, no sentía nada, ni el líquido de la sangre recorriendo su rostro. Empezó a gritar asustado, no recordaba haberse hecho daño en la cabeza estos últimos días. Es más, haría cinco minutos que su cara estaba en perfecto estado. Comprobó sus manos y se dio cuenta de que no llevaba el libro.

   -¿Y ahora qué..?

   De repente, de aquella pared se abrió un gran agujero negro, que mandaba una fuerte ventisca al exterior. De él, salió disparado un libro, que le dio un fuerte golpe en la cabeza a Israel.
   Él, boquiabierto, cogió el libro y se dio cuenta de que era el libro que Ana le había prestado. Pero esta vez habían diferencias en él: Tenía un título. ''El libro de la muerte.'' Y sus páginas estaban vacías. No llevaban palabras. Ni una sola letra. Nada.
   Se asustó al ver el título, por lo que gritó y tiró el libro al suelo. A pesar de que esta vez el libro tenía título y no quedaban palabras en él, Israel sabía reconocerlo. Había algo que le resultaba familiar. Una sensación bastante escalofriante.

   Al levantar la cabeza y mirar hacia adelante, se dio cuenta de que aquella niña que le señaló el porche en el patio, estaba ahí, delante suya, mirándole de reojo. Israel se paralizó y empezó a temblar. Esa niña le recordaba mucho a las historias de terror del libro de miedo que le había prestado Ana. La niña dio media vuelta hacia él, mirándolo nuevamente. Esta vez mirándole de frente. Ella le sonrió y cerró los ojos. De repente, todo se empezó a ver de color negro. Israel se encontraba en una sala totalmente oscura y vacía. Ponía sus manos delante de su cuerpo, esperando encontrar en ellas una pared en la que apoyarse. Parecía un zombie, caminando lentamente con sus brazos abiertos delante suya.
   Después de un largo rato caminando, sus palmas chocaron con lo que sería una pared. Inmediatamente, apenas haber pasado unas centésimas de segundo, toda esa oscuridad cesó y ahora Israel se encontraba en la azotea de su instituto, con un cuchillo en una mano y el libro en la otra.
   El libro había cambiado el título, de nuevo. Ya no decía ''El libro de la muerte.'' Ahora, su nuevo título, que más que un título era una orden, decía: ''Hazlo.''
   Israel comprendió lo que debía hacer. Tan sólo se acercó al borde del muro, dejó caer el libro sobre el suelo, y puso el cuchillo de manera que su hoja mirase hacia el pecho.
   Él tan sólo dio un paso hacia adelante y cayó al suelo bocabajo, haciendo así, que el cuchillo atravesara su pecho y muriese.
   Suicidio.
   Al otro lado de la azotea se encontraba aquella niña extraña, esbozando una gran sonrisa mientras escribía en el libro de Ana.
   Escribía una nueva historia. Añadía un nuevo capítulo.
   En el que un estudiante de instituto se suicidaba en la azotea de su centro.
   Y, al igual que en los anteriores capítulos, aquel estudiante vio a una niña desconocida que la miraba de reojo.


Attenya Kerstin