Se volvió triste,
loca, fría,
se volvió miedo,
cadenas y lluvia.
Se volvió algo tonta,
agonizante y tímida,
se volvió sumisa
y escurridiza.
Sus ojos inseguros,
una muestra de pena,
pesadumbre, melancolía,
nostalgia y desconsuelo.
Ya no había labios que la amasen,
ya no había manos que la aguardasen,
ya no había nada que le importase,
excepto una triste poesía
que llorar le hizo, que
le hizo acordarse.
Acordarse de un pasado de tormenta,
de rayos y desnudez,
donde sólo la besaba un negro gato,
que escapó de timidez.
¡Gato, gato! ¿Dónde te encuentras?
Te amé tanto.
¡Gato, gato! ¿Por qué ya no me amas?
Te amé.
Yo sí te amé.
Los ojos verdes de la niña
escondían entre lágrimas
su gran desdicha.
Los ojos verdes de la niña
que ya ni caminar podían
se avergonzaban del camino.
Un camino triste.
Desolado.
Su camino.
Que acabó bajo la sombra de la luna
moribundo y pidiendo calidez.
Lo siento, gato.
Yo sí te amé.
Attenya L K Amane
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