jueves, 30 de enero de 2014

Cosita.



En un día como hoy, la nostalgia me invade. Siento su cuerpo desnudo abrazándome por detrás, sus cálidas manos dando suaves pinceladas en mi piel, el olor de su cabello que me quita el frío del cuello. La veo a ella, cómo sonríe y cómo se muerde con salvajes intenciones el labio inferior. Su rostro, de piel blanca y suave, hipnotizándome junto con la brisa que sus ojos dejan escapar...
Pero es sólo un reflejo. Hoy no está conmigo. Hace meses que no la tengo a mi lado... pero la sigo sintiendo. Sigo sintiendo su frío aliento cuando llora y sus cálidos ojos cuando ríe.

 Echo en falta que me llame tonta mientras echa carcajadas cuando le hago muecas, recitar en su oído una poesía de amor y acabarla con un ''te quiero, cosita''. Hablarle a la gente sobre ella, de lo mucho que la quiero y cuán querida me siento a su lado, de las emociones que he experimentado a lo largo del tiempo que he estado junto a ella y junto a nadie más.

Recuerdo la primera vez que la vi. Era mi primer curso de instituto y lo primero que me llamó la atención de ella fueron sus ojos. De un azul verdoso tan profundo, que te invita a entrar en trance, que te induce a protegerla de todo peligro. Luego en su tatuaje, el del cuello, peculiar y sin sentido para quienes no sepan la historia que hay detrás de él. Entonces caí rendida a sus pies. Ni siquiera sabía si sentía algún interés por las personas del sexo femenino, pero consiguió cautivarme de una manera inexplicable. Me enredó en su verde hiedra, que quema y reconforta a la vez. Pero entonces me enteré de que ella amaba a las mujeres incluso más de lo que yo las amo... Y mi encantado corazón se congeló. Mi estómago encogió y mis ganas de besarla sólo aumentaron.
Dos años bastaron para declararme. Dos años deseándola en silencio, escribiéndola cada día y soñándola cada noche, sonriéndole por los pasillos del instituto cuando no miraba y observar sus hermosas piernas si caminaba cerca de mí....
Entonces por fin pude tenerla a mi lado.

Pero luego la perdí.

Echo de menos esos guiños, esas palabras indecentes pero increíblemente tentadoras y provocativas, esas caras que ponía cuando le devuelvía la incitación, sus clavículas levemente marcadas y sus hermosas caderas.
Pero, lo que más echo de menos, es sentirme protegida cuando la miro.
Ahora sólo siento miedo.

Hace mucho tiempo que ella no me sonríe.
Hace mucho tiempo que yo no sonrío como sonreía estando con ella.

Te echo de menos... ''cosita''.



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