martes, 8 de enero de 2013

El dulce sabor de la venganza.





   Me acercaba a ella lentamente. Procuraba que mis movimientos se escuchasen lo menos posible. Ella no se daba cuenta de que yo estaba detrás, observándola desde hacía casi quince minutos, y moviéndome cada vez más, con el objetivo de llegar y matarla.

   Hacía tanto tiempo que llevaba deseándolo... Desde que su familia se mudó a nuestro colorido pueblo, no hizo más que intentar destrozar mi vida. Y así era. La había destrozado. Pero no por completo.
   Mis padres se llevaban genial con sus padres. Casi todos los días iban a tomarse un té con ellos, y me obligaban a acompañarles. <<Vamos, Less, así te relacionas un poco con la hija de los Lekker>>, me decía. Sí, ya. Como si yo quisiera ''relacionarme'' con ella. Estaba pirada. Loca de la cabeza. Yo sentía un odio repugnante hacia ella y ella lo sentía hacia mí. Su mirada de mosquita muerta lo decía todo. Tan sólo quería dar pena y echarme la culpa de todas sus mierdas. Quería parecer la víctima. Pero ahora no haría falta que lo pareciese. Porque lo era. Era mi nueva víctima.
   La verdad, hace ya casi dos décadas de eso. Pero ella estuvo amargándome durante ocho largos años. Yo sólo tenía diez cuando la conocí. Afortunadamente, a los dieciocho me tuve que marchar a la universidad de Oxford si quería estudiar para mi futuro. Pero ahora, veinte años después de haberla conocido, he regresado. Me ha llevado unos cuantos meses averiguar datos sobre ella. Desde lo más simple hasta lo más complicado. Con sólo una pequeña información me bastaba: La dirección de su casa, y el horario en el que estaría sola. Ella no trabajaba, se alimentaba del pobre salario de su marido. Él trabajaba desde las doce hasta las ocho. Sus dos hijos iban a las clases particulares desde siete a ocho y media. Es decir, entre las siete y ocho ella estaría en su casa sola -a no ser que estuviese acompañada de amigos, o, como bien se rumoreaba por ahí, algún amante-, pero las posibilidades eran escasas. Últimamente ella había repelado a todo aquel o aquella que se acercara. -Normal, ¿quién no querría alejarse de ella?- 
   Con saber esas simples cosas, no hice más que volver a mi pueblo, donde ella seguía viviendo, y acercarme a matarla.

   Me había colado en su casa más o menos hacía veinte minutos. Salté por la ventana, que la tenía afortunadamente abierta, y me escondí detrás del sofá donde estaba colocada una taza de café en una pequeña mesita y una manta arrugada. Ella estaba en otro lado de la casa, posiblemente el baño o la cocina, pero no se mantuvo allí mucho tiempo. 
   Mientras se oían sus pasos desde el pasillo, mi corazón cada vez latía más y más fuerte. Obviamente, no era la primera vez que mataba a alguien, ya que siempre fui una persona con muchas ideas asesinas en mi cabeza -y a pesar de esas ideas y de los actos que había cometido, no consideraba que yo fuese una asesina ni que lo que estuviese haciendo fuese algo malo, ya que muchas personas que maté merecían morir, como, por ejemplo, Kristen Lekker, la mujer la cuál yo estaba dispuesta a matar-, pero, extrañamente, con el caso de esta odiosa mujer, era todo muy diferente. Hacía ya bastantes años dejé de ponerme terriblemente nerviosa al estar a punto de matar a mis víctimas, ya que había sido pan comido; pero algo había con ella que me tensaba de una manera horrible. Siempre quise matarla, y como era obvio, no me iba a arrepentir ahora. No tenía ni un solo pensamiento de dejarla ir. Estaba totalmente convencida de que la quería matar. Entonces, ¿por qué me temblaban tanto las manos? ¿Por qué mi vista era borrosa y difícil? 
   Le resté importancia. Una vez que Kristen se sentó en el sofá, alcé la vista y, sin quererlo, una pequeña sonrisa maliciosa iluminaba mi mirada.



   Levanté mi arma y me dispuse a clavársela. Pero no quería ser muy brusca. Esta vez prefería acercar el cuchillo a su cuello y susurrarle al oído. Lo que sea. Lo que me saliese. Lo primero que se me pasase por la cabeza. Así sería todo mucho más bonito. Soltarle lo que sentía en ese momento, lo que pensaba, y luego ver su cara de terror para finalmente poder matarla.

   Eso hice. Acerqué el cuchillo a su cuello, rozándole la piel, y ella gritó. Me acerqué lentamente y le solté un pequeño suspiro al oído. <<El dulce sabor de la venganza>>, fue lo único que le dije. Para ver su rostro, me alejé y se giró. Al ver mi cara, pudo identificarme rápidamente. <<¿Less..?>> Mi nombre fueron sus últimas palabras. Luego pronunció un pequeño grito ahogado, que apenas contenía fuerza alguna, y se levantó para salir corriendo. Antes de que pudiese hacerlo, me acerqué y le rajé el cuello, haciéndole así, una herida profunda y sangrienta. Luego decidí acuchillarle por todo el cuerpo, para que cayera tendida al suelo. Y así fue. Sin apenas haber pasado diez minutos, ella yacía en el piso completamente muerta. Me acerqué a su cadáver para poder destriparla y comerme todo o casi todo que había en su interior. <<El sabor de su sangre y sus tripas es compensado con los veinte años de angustia que llevaba en mi interior y que ahora pudo ser liberada>>, pensé. Empecé a reírme a carcajadas descontroladamente, aún con el cuchillo en la mano y sus corazón masticado en pequeños trozos en mi paladar. Mis risas eran tan ruidosas que se oía el eco desde el fondo del pasillo. El propio eco de mis carcajadas me asustó, pero no frenó mi felicidad.

   (...)

   Desde aquel suceso, han pasado ya unos cuantos meses. Escribo esto desde la cárcel. Os relataré lo que me ha pasado desde aquí, redactándolo con un lápiz sin apenas mina y unos cuantos trozos de papel higiénico.
   La policía entró en la casa después de que el marido de Kristen hiciese una llamada. Sus dos hijos se quedaron en casa de su abuela paterna, viendo una peli y siendo inconscientes de que su madre había sido asesinada y devorada.
   Pasaban las semanas y el FBI investigaba el caso. No dudaron ni un segundo en sospechar de la persona menos sospechosa -una muy buena táctica, por cierto- así que fueron conscientes de que hacía unos meses una persona -yo- había estado analizando los documentos de Kristen. Era un dato del que no me percaté. Aunque no me preocupé mucho de mi fallo tonto, ya que nunca fui silenciosa en mis asesinatos, y ya había estado un tiempo en la cárcel. Me daba igual estarlo otro tiempo más.
   Al cabo de poco, descubrieron mi identidad y pudieron demostrar que fui yo la asesina. A la hora de entrar al juicio, no hicieron falta muchas palabras por parte de nadie. Confesé de manera fría. Inmediatamente la gente notó que yo no sentía piedad alguna por aquella mujer. Sus familiares y amigos no tenían ni idea de quién era yo ni la situación que mantuve con ella desde que era una cría, así que no podían comprender el rencor que había acumulado con el paso de los años. ¿Qué me importaba a mí que ella tuviese una vida poco rica, un marido que era un hombre genial y unos dos hijos preciosos? Yo sólo quería matarla a ella, y no porque su estúpida familia me fuese a dar pena, iba a dejar de hacerlo. Además, su marido y sus hijos se forrarían bastante. Tengo entendido que se guardaba más de quinientas mil libras en el banco. Qué calladito se lo tenía, la muy zorra. Mejor para mí haberla matado, y mejor aún para su familia. Nadie tiene que aguantar a una escoria como esa.

   Bueno, creo que es hora de despedirme. Se me acaba la mina del lápiz y no me gustaría dejar una historia a medio escribir. Tan sólo os quiero decir que cuidéis vuestras espaldas, porque el dulce sabor de la venganza es realmente irresistible y placentero, y nadie se arrepentirá de probarlo con vosotros. Buenas noches.





 

                           Attenya Kerstin Amane.




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