martes, 28 de agosto de 2012

Recuerdos.

Aquella tarde de otoño que se decoraba con una gran capa de cielo naranja, parecía tan sólo uno más de esos días normales en los que se asumía que la vida estaba vestida de color sepia, el ritmo de la gente era muy aburrido y los pájaros ya ni cantaban, sólo se oía la triste brisa del mar que a veces parecía decir socorro.
Aquello era todo muy tranquilo, a veces tanto que parecía una cárcel de sentimientos. No podías apenas sonreír, no porque te lo prohibieran, sino porque no habían razones para hacerlo.
Demasiada era la angustia de los que vivían allí que por mucho que quisieran, no podían escapar de aquella isla triste, seca, aburrida, gris.
Tan sólo unas pocas personas podían permitirse salir de allí, pero no lo hacían porque les parecía especial vivir en ese sitio. Ellos disfrutaban, estaban cómodos, podían hacer fiestas, organizar banquetes, hacían bailes..
Ellos sí sonreían.

Y aunque grande fue el sufrimiento de muchos que vivían ahí, a día de hoy que consiguieron dejar de ser presos de la angustia y sequedad del lugar, echan de menos poder volver a encontrarse frente a las preciosas playas de la isla, que ellas sí eran especiales. Veían cómo las olas chocaban con las piedras, la marea se hacía mayor o menor, los cangrejos se paseaban por las orillas y la arena blanca acariciaba el paisaje con leves ráfagas de viento.
Era lo único bonito de aquel lugar, sin embargo, pocas personas lo sabían disfrutar.

Mucha gente echa de menos esa soledad y esa fría celda que les rodeaba, echan de menos los paisajes de playa, ayudar a las madres o abuelas a salir al mercadillo o ir a la plaza a descansar un poco y desconectarse de todo lo demás.
Que aunque ahora lleven una vida mucho mejor, la infancia es la infancia, siempre se quedará marcada, y aquellos recuerdos secos y tristes todavía pertenecen a su corazón.
Porque son recuerdos.
Y algunos es mejor repetirlos.

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