sábado, 2 de febrero de 2013

Mi realidad y la realidad.



Todos estamos acostumbrados a vivir en una realidad, esa realidad nuestra y que nadie más que nosotros comparte. Pero, plantéate la siguiente pregunta: ¿Cómo puedes estar tan seguro de que todo es real? ¿Cómo puedes saber o no si ahora mismo existe la posibilidad de que estés postrado en una cama y todo lo vivido es un sueño? Amigos, familiares, conocidos... Hasta ese vecino tan simpático que te saluda todas las mañanas. Puede ser que en realidad todos ellos sean ficticios. 
   Esa es la duda que le comenté a mi mejor amigo.
    -Estás loca. -dijo.
   Ignoré sus absurdas carcajadas y seguí con lo mío. Ambos estábamos acostados en el sofá, y mientras él jugaba con su gata, yo mantenía mi mirada perdida clavada en el suelo. Estuve durante un rato jugando con un mechón de pelo; girándolo con mi dedo índice hacia el mismo lado, enredándolo y clavándomelo así en la carne. No me di cuenta hasta que sentí que algo empezaba a quemarme.
   Lo que para él; mi mejor amigo, eran risas y carcajadas, a mí me aterrorizaba de manera dolorosa. Me sentía muy confusa y frustrada. Un miedo -o quizás no fuese miedo- se adentró en lo más profundo de mi mente y me hizo perder la noción de la realidad. Me planteaba en voz alta conclusiones horrorosas. ''¿Y si esto existe pero no existe? ¿Y si soy una esquizofrénica, o una autista, y ni tú ni nadie existís, sino sólo yo y mi imaginación? ¿Y si estoy en coma y esto es un simple sueño? ¿O si ahora mismo estoy sentada en una silla fantaseando y he llegado a adentrarme tanto en esta fantasía que me la he creído y he permanecido dentro de ella 14 años?'' Por cada palabra que decía, por cada acento o pensamiento que pronunciaba, el temor en mí se hacía más grande. No me atreví a mirar a mi mejor amigo a la cara, porque sabía que estaría riéndose de mí, así que antes de que pudiese pronunciar una sola burla más, me levanté del sofá y me dispuse a coger mis cosas.
    -¿Te vas? -preguntó.
    -Sí. ¿Dónde está la libreta que traje conmigo?
    -No lo sé. Búscala.
  Mi mente descansó un poco de aquella paranoia y se dedicó más en buscar el cuaderno. Pero ese pensamiento apenas duró cinco segundos. Empecé a sentir un mareo descontrolado y noté cómo mis párpados caían lentamente. Me apoyé en la mesa como pude y me quedé totalmente quieta, con la cabeza apuntando a mis manos.
    -¿Pasa algo? ¿Te ayudo a buscar el cuaderno?
   Mis manos empezaron a moverse, y mis ojos deslumbraban ante aquella locura. Perdí totalmente el control sobre mi cuerpo, pero a la vez sabía que era yo la que lo manejaba. Más bien me sentía extraña. Como si aquellas manos no fuesen mías, como si todo lo que veía ante mis ojos no era lo que llevaba viendo todo este tiempo. Empecé a tener la sensación de que estaba viendo cualquier película de miedo, en la que la cámara se adueñaba del espacio y se movía como si de los ojos de una persona se tratara. Era consciente de que todo lo que sucedía estaba sucediendo ahí, en ese mismo lugar y en aquel mismo tiempo, pero sin embargo creí que en cualquier momento todo podía desvanecerse. Podía caer al suelo y darme cuenta de que todas esas sensaciones formaban parte de la paranoia. Que seguía en el sofá con mi mejor amigo comentando lo loca que estaba por pensar que quizás esto era un sueño.
   Dentro de mí todo era muy descontrolado. Nada se movía, sólo yo y lo que pertenecía a mi cuerpo pero que a la vez no era mío. Movía mis manos para intentar descubrir si podían resultarme conocidas, miraba hacia arriba y hacia abajo con la intención de saber qué ocurría y por qué. Pero, esa realidad era la mía. Y no la verdadera. 
   Mi mejor amigo me contemplaba perplejo. En su realidad, en lo que él veía, yo estaba de pie, junto a la mesa de cristal, yaciendo completamente quieta y pálida. Él veía la imagen de mi cuerpo, mientras que yo veía la imagen de mis pensamientos. Su realidad al fin y al cabo no era tan distinta, ya que por unos momentos pudo pensar que había caído en un lapsus de todo, mientras que yo pensaba lo mismo sobre mi cuerpo.
   Por unos instantes fui la dueña de un cuerpo conocido pero extraño. Sabía que esas eran mis manos, que yo las movía, que conservaba aún mi anillo de calavera y diamantes, que el pelo que enredaba anteriormente en mi dedo índice formaba parte de mi cabeza, pero sin embargo me sentía totalmente extraña, como si fuese una equivocación, como si mi mente hubiese ido a otra parte y ahora fuese o no una persona totalmente distinta.
   Reaccioné, pero supe que mi paranoia no había acabado. Después de pestañear un par de veces, salí del pensamiento de extrañeza y volví a lo que realmente era el espacio en el que me encontraba. Esa sensación insuficiente de repentinamente no saber si era o no era lo que siempre pensé que era real, seguía invadiendo mi mente y mi cuerpo. Aún así ignoré eso como pude y seguí buscando el cuaderno.
    -Leslie -una voz había distraído mi búsqueda- márchate sin la libreta y si la encuentro, mañana voy a tu casa y te la dejo. ¿Va? Necesitas descansar.
    -Vale. Pero acompáñame.
    -¿Tienes miedo?
    -¿De qué? -me ofendí- Sólo estaba bromeando. Pero ven conmigo hasta casa, por favor.
    -Menos mal, qué susto. Pensé que te habías ido a otro mundo. La paranoia que te montaste con...
    -Una broma. Todo una broma.
   Rió. Pero sé él que estaba tanto o más confuso que yo. 
   Arrastré el brazo hasta poder apoyarme en su hombro para descansar un momento mi mente. Bajé la cabeza con brusquedad e intenté relajarme. Aquella sensación no se iba. Me seguía sintiendo extraña y desconocida. Tenía miedo de que en cualquier momento pudiese acabar todo.
   -¿Sabes? -volvió a interrumpirme- Mi mayor temor es olvidarme de lo que he vivido. Despertarme un día y no poder recordar nada. Ni a mis mejores amigos, ni los buenos momentos que he compartido... Ni siquiera los errores que cometí en un pasado y que gracias a ellos hoy he aprendido a no volver a cometerlos.
  Sonreí. ¿Su mayor temor? 
   -Ese es mi mayor deseo. -comenté- Tener la oportunidad de empezar de cero. Haciendo o no las mismas meteduras de pata que antes. Volver a disfrutar lo anterior.
  Se extrañó por mi peculiaridad y se levantó dispuesto a acompañarme. No pasaron demasiados segundos hasta que atravesamos el pasillo y pudimos cruzar la puerta. Aunque aún así, a mí me parecieron eternos.
  Aquella confusión aún permanecía. Repetía en mi mente varias veces que sólo era una tontería. Andy tenía razón. Era una locura pensar en algo así.
  Salí a la calle y me mantuve callada todo el camino. No estaba segura de eso, pero deduje que mi mejor amigo me estaba hablando y no le acomplejaba saber que yo ignoraba sus palabras. 
  Yo permanecía encerrada en mis pensamientos. Aún con aquella horrible sensación de haber perdido la noción de todo lo que me rodeaba y lo que sucedía. Mi mente apenas daba para más, así que acabé cansándome de todas esas paranoias. Por unos momentos la confusión había sido camuflada -no desaparecida ni ignorada, porque yo notaba que todavía aquella sensación permanecía dentro de mí- y pasé a concentrarme sólo en mis pasos. Oía la voz de Andy de fondo, pero no quise ni pretendía prestarle atención alguna. Tan sólo quería renunciar a todo lo real e irreal y seguir caminando en un camino que podía llevar a mi casa o a cualquier otro lugar. Mientras daba los pasos, siquiera sabía cuál era el objetivo de andar tanto. No me percataba de que yo seguía ese camino para llegar mi casa. Me di cuenta de que sólo me movía hacia una dirección que mis propias piernas marcaban. Yo podía cambiar esa dirección en cualquier instante, y lo sabía. No me sentí impotente en ningún momento, pero tampoco noté tener el control absoluto de todo. Se podría decir que me adentré en mi subconsciente y dejé toda la realidad a un lado, aún viéndola de reojo, pero a un lado.
  Llegué a la puerta de mi casa, y el único contacto que mantuve con mi mejor amigo fue aquel monótono abrazo de despedida. Después de haber juntado nuestros cuerpos, mi mirada seguía clavada en sus andares. Observaba como él iba alejándose de mí poco a poco. Bajaba la calle para marcharse a su casa y dejarme completamente sola. En cuestión de segundos ya se había desvanecido completamente de mi campo de visión. Podía haber seguido su camino o podía haber ido por otro sendero más rápido o más lento. O quizás se quedó quieto esperando un taxi para ir a cualquier sitio que anteriormente no había mencionado. Pero la posibilidad que más rondaba por mi mente era su desaparición. Que justo en el momento en el que cruzaba la calle, se hubiese esfumado. Que ya no existiese. Que formase parte de mi imaginación, de mi sueño, de mi fantasía. Que cualquier otra persona que pasaba por allí no pudiese verle, que todas las personas que me hayan visto con él, sólo me hayan visto a mí y que él tan sólo existiese en mí y cuando estaba conmigo. O que directamente nadie existiese. Sólo  yo. Aunque... ¿Y si era yo la única que no existía?
  Entré a casa y encendí el PC. Lo primero que hice antes de sentarme frente a él, fue acercarme hasta la cafetera de máquina a prepararme un chocolate caliente. Aquella sensación de extrañeza se iba desvaneciendo poco a poco, a medida que la monotonía volvía a su lugar correspondiente mi mente volvía a aquella ''realidad'' a la que había permanecido anteriormente. Pasé de olvidar mi subconsciente para volver a formar parte de mi consciente.
  Aunque aquello no duró demasiado tiempo.
  Cuando me senté en frente de la pantalla del ordenador, sin ni siquiera pensarlo, mi mano condujo el ratón hasta mi carpeta personal y abrió el Word. Yo no había pensado en abrirlo, tampoco noté que tuviese ganas de escribir, ni predije haber hecho que mi mano se moviese sola hasta abrir aquel programa. Aún así no me asusté de haber perdido el control sobre mis deseos inconscientes -una pena que cuando mi consciencia quería algo yo estaba en mi subconsciente y viceversa-, pero tampoco lo vi como algo normal. 
  Me quedé frente a aquel folio virtual pensando en qué podía escribir, qué podía hacer ahora o simplemente qué elección debía tomar; si cerrar el programa porque había clickeado en algo que no pensaba clickear o tomar esa acción descontrolada como una señal de mi subconsciente para obligarme a escribir algo.
  Empezó a dolerme la cabeza, así que lo único que hice fue apagar la pantalla del ordenador e irme a mi cama a leer un rato.
  Apenas haberme acostado en la cama comencé a sentir un leve e insufrible mareo que no me permitía siquiera abrir el libro que tenía pensado leer. Me quedé quieta durante un largo tiempo para intentar volver a recuperar mi ubicación, pero apenas sirvió para nada más que darme cuenta de que volvía a tener aquella sensación que creí haber eliminado por completo de mi mente. Ahí sí pude comprender algo. Esa de ahí era y no era yo, aquel sitio en el que estaba apoyada era y no era mi cama, el libro que estaba dispuesta a leer hacía unos minutos era y no era el deseado. 
  Sí, evidentemente todo era un sueño.
  Esa sensación de extrañeza que había comenzado a tener durante toda la tarde era tan sólo una señal de que realmente mis pensamientos habían caído en lo cierto. La conversación que había tenido con mi mejor amigo era exactamente la que me había llevado a pensar en todo esto. La que me hizo ser ''consciente'' -subconsciente- de que ya era la hora de darme cuenta de la verdadera realidad; la cierta, no la que yo tenía, no la que el resto del mundo tiene. Esto no existía, esto no era real, era un sueño. Quizás el final de este sueño es el principio de la verdadera realidad, de lo que sí existe, de lo que sí es real. O tal vez era el comienzo de una vida real, no una ficticia, que era en la que yo había sido ubicada todo ese tiempo.
  Ya era la hora de cambiar. Ya había llegado al final de mi sueño. Estaba completamente segura de que debía terminar con todo. Una vez haberme percatado de qué se trataba realmente esto, era tiempo de marchar a la nueva vida.
  Sonreí. Lo había conseguido. Después de lo que para mí eran siglos eternos -''realmente'' sólo una tarde- de lucha y desesperación, me había dado cuenta de todo. Era esta la etapa que debía pasar una persona antes de morir, antes de pasar al siguiente punto, a la siguiente vida, antes de despertar de lo que era y no era real.
  Espera. He dicho... ¿He dicho antes de morir?
  Sí. Así era. No sólo comprendí que esto no existía, sino también asimilé que la única manera de salir de aquí era muriendo. Pero claro, nadie puede controlar su muerte. Nadie sabe cómo va a morir ni cuando. Podía pegarme años con esta sensación de extrañeza antes de morir y pasar al otro lado.
  A no ser que me suicidara.
  
 Así pues había tomado la decisión de acabar con mi propia ''vida''. Era un paso importante, pues terminaba mi realidad y comenzaba a pertenecer parte de la realidad. Mi realidad. La realidad. Habían muchas diferencias entre ambas. Y yo estaba apunto de saber cuáles.
Claro que, en esta mi realidad, yo había reprimido muchos actos que siempre quise hacer. Prohibí muchos de mis deseos porque la gente así me decía que hiciera. Pensé que mi realidad era la realidad, y que debía permanecer fiel a todas las reglas que ésta ponía. Pero ahora que me había dado cuenta de que esto no existía, y no merecía la pena reprimir mis caprichos por algo que sí o sí iba a acabar y a traspasarse a algo evidentemente mucho mejor y real, caí en la cuenta de que por fin era libre. O no, más bien se diría que fui libre todos estos 14 años, pero me había percatado ahora. Y no iba a perder la oportunidad de hacer lo que nunca me atreví a hacer.
Muchos de mis viejos deseos ya se habían desvanecido en mi memoria. Me iba olvidando de ellos a medida que perdía infancia. Pero por suerte tan sólo había entrado en la adolescencia y alguna parte de mí seguía conservando mi niñez. Por lo tanto aquella inocencia no se había esfumado del todo. Las esperanzas de hacer posible lo que había entendido como imposible crecían cada vez más.
Pero en aquel momento no era muy consciente de todo. Tenía tantísimas ganas de pasar a la nueva y real vida que en lo único que pude pensar fue en qué manera debía morir. Tendría que ser algo original, no demasiado doloroso y que me hiciese pasar mis últimos segundos de falsa vida con la adrenalina hasta las nubes. 
Me acordé de aquella vez hacía dos años cuando fui con mi familia a hacer paracaidismo. Me encantó. Pero me desanimó mucho la increíble seguridad que requería una actividad como tal. Yo quería ser libre. Yo quería poder caer a mi gusto sin hacerme daño. Pero no podía caer como yo quisiera, sino como la seguridad mandaba. Aquel acto me hizo hasta sentir placer. Esos nervios, ese temor, esa increíble sensación tan alta y tan brusca me encantaba. 
Y ahora tenía la oportunidad de volver a repetirla. Podía hacer paracaidismo. Pero hacerlo a mi gusto. Y no sólo disfrutaría haciéndolo, sino que también al final de la caída me esperaba una buena realidad. La prometida. La que sólo yo entre muchas otras personas sabía que existía.
Así que no dudé en levantarme de la cama y subir hasta el tejado del edificio que había en frente de mi casa. Era un pequeño piso en el que mucha gente vivía muy intranquilamente. Ellos apenas sabían de mi existencia, tan sólo de la existencia de mi casa, pero yo sí sabía de la suya. 
Salí de mi casa aún en pijama y me colé por el edificio, traspasando la puerta medio abierta de él. Todo estaba oscuro, y decidí dejarlo así, ya que no quería despertar a los vecinos del piso y mucho menos asustarles con mi presencia. Me costó un par de minutos acostumbrarme a la oscuridad, así que no hasta después de un rato pude encontrar las escaleras. No había ascensor, por lo que me hizo deducir que el edificio a fin de cuentas no era demasiado alto. Aún así, desde la perspectiva en la que yo lo observaba todas las mañanas, su estructura me dejaba convencida de que era un edificio muy sencillo y nada pequeño.
Mis pasos se aceleraban cada vez más a medida que mis piernas subían los escalones. Tardé bastante en llegar al final de las escaleras, por lo que finalmente concluí que un ascensor sí era necesario; pero me alegré, ya que cuanto más alto el edificio más certeza de morir tenía.
Llegué hasta la azotea de tal. Todo lo que había alrededor eran tendederos y ropa húmeda apoyada en ellos. No demasiado cerca del sitio donde me encontraba, estaba el balcón. El balcón definitivo. El balcón héroe. El que me haría cumplir mi sueño.
Me acerqué a él y tras poco pensarlo, puse los pies encima. Sentí que me iba a caer en cualquier momento; pues estaba sobre un sitio muy alto y resbaladizo, así que antes de dejarme empujar tan fácilmente, esbocé una pequeña sonrisa de largos segundos y me dije a mí misma: <<Es el final y es el principio. Es la hora de morir y de nacer. Es el momento de caer>> 
Así pues, me abalancé sobre un aire inexistente, y a medida que iba cayendo y acercándome al suelo, todos los recuerdos que había tenido aquella tarde pasaron por mi mente en cuestión de milisegundos. Se repetían, cada vez más rápido, y empecé a angustiarme hasta el punto de llorar. Grité. Pedí ayuda. Intenté hacer todo lo que pude para caer de una forma en la que no muriese. Pero ya era demasiado tarde.
Justo en el momento en el que mi nariz apenas rozaba el suelo, todo aquello se volvió oscuro y desvaneció. 
Unos instantes después, desperté en lo que era una cama. Abrí los ojos y me senté rápidamente. Tenía el corazón que me sobresalía del pecho. 
Evidentemente, todo lo anterior era una pesadilla. O más que una pesadilla, un sueño. Y me hizo darme cuenta de que, el sueño, mi antigua y falsa vida, era mucho mejor que la actual. Que mi realidad era mejor que la realidad. Porque en mi realidad era feliz. Y en la realidad, había despertado en una cama de hospital, conectada a máquinas, sin brazos ni piernas, heridas por todo el cuerpo y en la ventana reflejado un paisaje muerto, seco, triste. Un paisaje guerrero, que luchó por una guerra que acabó perdiendo. Yo formaba parte de una de las inocentes heridas de la segunda guerra mundial, y dormí plácidamente 14 años en coma después de haber perdido mis articulaciones con una terrible bomba nazi.
Preferí haber seguido soñando. Preferí haber muerto estando en coma. Preferí no haberme despertado. Darme cuenta de que mi minusvalía me impedía incluso moverme me hizo deprimirme.
Pero daba igual, porque ya era tarde. Era la hora de dejar atrás mi realidad y enfrentarse a la realidad. ¿Acaso no era lo que había querido hacer? Ahí estaba el resultado. El triste resultado.
Y Andy ni siquiera existía. Cómo iba a poder vivir sin la persona por la que daría mi vida, aún sabiendo que nunca existió.

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