martes, 5 de noviembre de 2013

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   ¿Te puedes enamorar de un perfume?
   ¿Del perfume que lleva la persona a la que amas?
   ¿Y del champú? Ese que deja un agradable olor, el intenso brillo a su cabello...
   Creo que me he enamorado incluso de su comida favorita. De su pintalabios, rojo como el fuego, intenso como sus besos, con los que sueño noche tras noche. También me acabé enamorando de su faldita, no demasiado corta ni demasiado larga, tampoco tan suelta ni tan apretada, pero perfecta. Perfecta para su silueta, perfecta para la forma en la que camina. Incluso me enamoré de sus piernas, que son preciosas sin que tacones hagan falta. De su belleza, de su armoniosa voz. De su rareza, de su sonrisa. Sus labios. Sus ojos. Que son, por cierto, muy bonitos, por si no los has visto. También acabé rendida con el dulce tacto que me ofrece la delicadeza de sus manos, de su piel. Su pelo, precioso, bailarín. Sus mejillitas, sonrojadas y encantadoras.
   Me enamoré de ella en sí.
   ¿Sabes? Esto es como sentirse en el paraíso. Poder liberarme de una cárcel que no me permitía amar. Un amor sin ataduras, sin compromisos, reconfortante y casi parece eterno. 
   Me siento como en una poesía. Como las palabras que vuelan de un lado a otro, armando un puzle que acaba en perfección. Es como quien ve a un niño reír por algo tan tonto y simplón como un chiste malo en la tele. Parece muy estúpido, pero acaba siendo bonito. Agradable. Y ella me hace sentir idiota, pero afortunada.
   Me gustaría pasar junto a su cuerpo, su alma, sus besos... toda una eternidad.

   Porque me siento... libre, cálida, incluso significante. Y a veces es difícil que yo me sienta así.



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